Damos clase en seis sedes distintas. Están a kilómetros de distancia y en circunstancias tan distintas como nuestra sede, una empresa, un penal, una asociación de vecinos o una villa. Sin embargo, en estos trece años de existencia me han preguntado en varias oportunidades qué es lo que hacemos para que los cursos de oficios se llenen de inscriptos y tengan tan alta tasa de egresados.
La respuesta se divide en dos partes. La primera es que creemos que la formación que dictamos ayuda a manejar mejor las emociones. A pensar y a razonar de manera crítica, con el objetivo de ser personas libres, felices y con recursos para afrontar los desafíos y circunstancias que la vida nos ponga por delante.
La segunda parte tiene que ver con cómo lo hacemos. Y ahí es donde entra uno de los factores más importantes de la Fundación Oficios: los docentes. Ellos son quienes están frente a nuestros alumnos y sus circunstancias.
Para cubrir ese lugar que es tan relevante, buscamos personas que comprendan que la formación integral en oficios debe responder a lo siguiente.
- Amarse.
- Repensarse para evaluar mejoras, errores o cuestiones innovadoras.
- Poder aplicarse a la vida de todos los días.
- Pensarse desde la realidad y que nos brinde la capacidad para transformarla.
- Fomentar nuestra creatividad y nuestra dignidad.
- Ayudarnos a vivir en comunidad y a mejorarla.
- Mejorar las posibilidades de acceder al mundo del trabajo, sostener y/o mejorar un trabajo, sea en relación de dependencia o de manera independiente.
Nuestros docentes son nuestra mejor respuesta formativa a una realidad dinámica y cambiante. Es gracias a ellos que nuestros cursos son un encuentro con la dignidad.
¿Cómo se logra? Es más fácil leerlo de palabras de uno de nuestros docentes.
“En el taller nos encontramos cada semana un grupo de personas, con un objetivo claro: compartir un tiempo de aprendizaje. A veces, las clases son teóricas; otras, son prácticas. Y también algunas clases nacen de una charla, ya sea por una duda, un problema o por comentar alguna experiencia en el mundo del trabajo con la madera.
La comunidad del aula es muy variada. Hay estudiantes muy jóvenes y muy adultos, de distintos extractos socio-económicos. Tienen bagajes culturales muy diferentes, y las expectativas que traen son muy distintas. Están quienes quieren hacer muebles de placas de melamina. Están los quieren trabajar la madera maciza. Los que quieren hacer estructuras como pérgolas, muelles o decís. Los que quieren poder construir y arreglar los muebles de sus casas. Y algunos no lo saben bien todavía, pero a medida que las clases avanzan, van encontrando utilidades a lo aprendido.
Pero hay una constante y es que a pesar de las diferencias, al poco tiempo de comenzar las clases ya se conforma un grupo humano unido y solidario en el que nunca falta la ronda de mates.
A mitad de año algunos ya se dedican tiempo completo al trabajo de la carpintería. Por lo que las consultas se vuelven más específicas y se hacen dentro del aula, permitiendo que todos aprendan de esa experiencia y se sientan motivados a dar los primeros pasos.
La Fundación, además de ser un espacio de aprendizaje, es un espacio de contención, escucha y acompañamiento a los vecinos que se acercan. Y se genera, así, un gran abrazo social desde el enorme equipo humano que la conforma”. Abel Fornaciari, curso de Carpintería.