Por Florencia Uberti

Ser amigo del que vivía al lado de casa. Conocer su historia y a su familia; ser parte de ella. Pasar tardes armando y pensando juegos, una tirolesa o, por qué no, la ansiada casita en el árbol. Jugar carreras en bicicleta, en triciclo o corriendo. Armar un kiosco en la calle, y los únicos clientes, por supuesto, los padres y vecinos. En todos los escenarios, la luz de las farolas, la responsable de indicar el fin del juego y la hora de volver a casa.

Estos recuerdos son grandes alegrías para muchos de adultos. Ese “espíritu de barrio” se esfuma en algunas localidades, pero en cada nueva población que se funda está latente la  esperanza de revivirlo. Y ese fue el deseo que cada nuevo propietario de Casas de Santa María llevaba consigo al momento de mudarse. Poco a poco, el “espíritu de barrio” se fue instalando en cada una de sus veredas.

Un barrio en potencia

Un grupo de Whatsapp fue el encargado de reunir, en un principio, a las primeras vecinas. La necesidad de datos tales como el del señor que instala aires acondicionados, la persona que coloca las rejas y  el de algún jardinero hizo que se formara este grupo.

Los chats iban fluyendo con buena onda más allá de los datos, y así fue como un día, estas mujeres decidieron hacer una salida “solo de chicas”. Primero se conocieron las madres y después los chicos. Así, poco a poco, se fue formando un espíritu de barrio donde las madres se convirtieron en buenas amigas que charlan en la vereda mientras  los chicos juegan.

Postales de barrio

Una tarde de calor es suficiente para revivir viejas épocas. Chicos -en su mayoría de 2 a 5 años- juegan en la calle, bicicletas recorren la cuadra, y montañas de arena se transforman en areneros improvisados. Éstas son las postales típicas de un día de semana en Casas de Santa María. Las carreras son en bicicleta, en triciclos y corriendo. Piedritas se acumulan en camioncitos de plástico. Y los más chiquitos practican su camino en “pata pata”. Así transcurren las tardes en estas veredas.

Todas las casas tienen su jardín propio, pero los chiquitos eligen salir a la calle. “Están todos en la ventana esperando que salga el primero, y una vez que lo ven, salen”, cuenta Cecilia, una de las primeras vecinas en Casas de Santa María.

Los cumpleaños, testimonio de unión

La sencillez y espontaneidad están a la orden del día, y los festejos de cumpleaños no son la excepción. En la vereda del agasajado se improvisan globos, banderines y cosas ricas para comer. “Ya lo había hecho otra madre para soplarle las velitas a su hijo. Mandé un mensaje al grupo avisando que a las 5 de la tarde iba a soplar las velitas con Cami; una me prestó una mesa, yo saqué unas Cocas, y de repente estaban todos en la puerta de casa”, continúa Cecilia su relato.

El festejo de los cumpleaños se convirtió en un clásico en la calle y, también, puertas adentro. Las madres no sólo invitan a los amigos del barrio de sus hijos, sino también a sus nuevas amigas.

Un barrio consolidado

Cuando Casas de Santa María recibió a sus primeros vecinos, hubo que empezar desde el principio: conocerse unos con otros, pero sin garantías ni promesas. Un grupo de vecinos y vecinas, grandes y chicos, se encontraron y, sin pensarlo, fueron formando un verdadero barrio.

Sin dudas, en ésta zona de Benavídez, el espíritu de años anteriores sigue latente. Una comunidad colaborativa que sigue creciendo y que sueña con hacer realidad proyectos para mejorar el barrio: plantar árboles, equipar una plaza de juegos para chicos, armar un jardín rodante.