La filósofa y escritora Ayn Rand, escribió en La Rebelión de Atlas (1950) un texto que, más allá del tinte pesimista y determinista que trasluce, describe nítidamente una sensación de abatimiento que muchos compartimos en los tiempos que corren:

Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; (…) cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada”.

Frente a este cansancio propio de quien camina contra el viento, no son muchas las alternativas que nos quedan. Seguir avanzando con determinación, convencidos de que pronto llegará el cambio; o bajar los brazos, dejar de luchar y dejarse llevar. La primera opción es quizás la más alentadora, pero no tiene un sustento verídico que la vuelva cierta, por lo que puede confundirse con una “esperanza ingenua”. La segunda es propia de quién se ha rendido y pierde el control de su futuro. Desde Eidico promovemos una tercera alternativa, que no niega una realidad desalentadora ni se paraliza en un contexto adverso. Nuestra posición es activa y en primera persona, contemplativa de la importancia de la actuación a nivel personal. Para nosotros la corrupción se combate con integridad, es una lucha personalizada, en primer lugar. Haciendo las cosas bien, con sinceridad, evitando las palabras ambiguas, pensando en grande, en muchos y no en uno, compartiendo conocimiento, corrigiendo cuando haga falta, con actitud transparente y bienintencionada.

Consideramos que todo tipo de corrupción empieza adentro de uno, en el corazón de la persona, y que es muy fácil dejarla crecer. Creemos que para lograr una sociedad sana, es imprescindible empezar por encaminar las propias conductas: evitar hasta las más mínimas oportunidades de sacar ventaja de un puesto, un cargo o una responsabilidad. Poder dormir tranquilos. Y esto no es poca cosa, estamos convencidos de que es el principio del cambio. Reconocer la corrupción que hay en uno para poder identificarla afuera, prevenirla y cuando sea el caso, combatirla. Y allí podremos afirmar con la misma soltura que Rand: “Cuando advierta que las personas evitan las oportunidades de beneficiarse a costa de los demás, cuando compruebe que el dinero fluye hacia los que se esfuerzan y proyectan con sabiduría, y que las leyes los acompañan, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está madurando”.