Por Ezequiel Marolda

Siempre hay una buena excusa. Que el contexto económico es inestable, que la inflación hace que no valga la pena guardar algunos pesos, que aún se es muy joven, que ya habrá tiempo más adelante… en definitiva “patear la pelota fuera de la cancha”.

Es cierto que la situación económica es más compleja hoy que hace un año atrás. A cada cual en su medida, el deterioro afecta a los bolsillos de todos. Pero antes que termine el año vale la pena inspeccionar un poco los gastos y los ingresos, y ponerse metas.

¿Por qué es tan importante? Porque no hacerlo sería como emprender un viaje a un lugar desconocido sin mapa o sin GPS. Exactamente eso: las metas son nuestro mapa en la vida, desde donde estoy hoy parado, con esta edad y este empleo, y el lugar donde quisiera estar dentro de 20 años. En la ruta, la casa propia, la educación de los hijos, los viajes, y el capital para la vejez o el retiro.

Visto así definir una meta es relativamente sencillo. Claro, se trata de buenas intenciones. Pero lo difícil de ahorrar, como para dejar de fumar, hacer dieta o ir al gimnasio, es que con buenas intenciones no basta… exige decisión, orden y disciplina. Siempre estará la tentación de abandonar, de bajarlo de la lista de prioridades.

Dar pasos pequeños es un buen comienzo. Si no se tiene el hábito de ahorrar y por el contrario la tendencia es a endeudarse o ponerse la soga al cuello, será en vano querer recortar todo de golpe. El porcentaje de ahorro ideal, según los manuales de finanzas, es del 10% del ingreso. Es una meta. Lo aconsejable es separar ese dinero al comienzo del mes. Hacerse de la obligación de pagar una cuota de un terreno, por ejemplo, es una buena manera de no eludir la responsabilidad.

Si la decisión está no pongamos más excusas y tengamos en mente esta premisa: “Poco siempre es mejor que nada”. Así que aunque no quede demasiado a fin de mes, pongámoslo en la cuenta de las METAS.