En dos semanas nos casamos y aun no sabemos dónde vamos a vivir. El martes pasado visitamos un barrio que quizás sea nuestro próximo destino. Nos mudemos o no, estamos seguros de que lo que ahí encontramos es algo especial.
Texto: Hernán Urién
Con motivo de nuestro tan cercano casamiento, nos embarcamos en la difícil tarea de buscar un lugar para vivir. Que la ubicación; que si dos o tres ambientes y sus diferencias en lo económico; que falta cada vez menos para el casamiento y no tenemos ni una mínima idea de nada; que la garantía; ¿dueño directo? Y mil cosas más que se nos cruzaban por la cabeza. “Conservando la tranquilidad” y buscando, algo íbamos a encontrar. Va entre comillas porque esa es la imagen que le quería dar a Rochi, que ya empezaba a desesperar.
Después de buscar bastante en Internet, las dos opciones más fuertes se nos presentaron por conocidos nuestros. La primera opción de alquiler era un departamento en San Fernando. Estaba dentro de nuestro rango de precio y ubicación, por ende era algo viable. Y por otro lado nos ofrecieron alquilar una Eidico Casa en Casas de Santa María, Benavídez. ¡He ahí la encrucijada! Nuestras familias y amigos son de San Isidro, Beccar y San Fernando de toda la vida. No obstante, por una muy pequeña diferencia económica, la idea de una casa a estrenar, linda, moderna y con jardín me pareció genial. Digo “me” porque cuando mencioné la idea de vivir en Benavídez, la casa de mis suegros se transformó en una especie de ring de box y yo era Giordano. ¡Claro! Yo era el que se llevaba a Rochi “lejos” (¡que caro me va a salir esto!) Defendí a capa y espada mi posición alegando que opinaban de algo que no conocían. Y ellos conocían mi falta de objetividad ya que estoy comprometido laboral y emocionalmente con las Eidico Casas.
Me estaba dando por vencido cuando de pronto Rochi dijo que quería conocer las casas. Así fue que un martes a la tardecita Rochi y mi suegra me pasaron a buscar por Eidico. Aclarando que mi suegra es como mi segunda madre procedo con el resto. Para mi sorpresa mi suegra había traído de hinchada a dos amigas, y de repente yo no era más “Nanchu” sino “Hernán” (repito, este relato podría estar un poquito condimentado con sal y pimienta).
Impacta bastante entrar a Casas de Santa María y verlo transformado. Comúnmente voy en horario de trabajo y concentrado en cosas que tienen que ver con lo laboral. Y en ese horario no suele haber mucho movimiento. Lo que vimos aquella tarde cuando entramos fueron familias en las veredas con sus chicos jugando y andando en bicicleta por la calle. Los padres charlando con sus vecinos ya devenidos en amigos. También pudimos distinguir a una mujer que había salido a caminar con su hija, y con su otro hijo en su panza de ocho meses. En fin, vimos gente disfrutando su barrio (¡que además es un barrio abierto!) y se respiraba una muy buena onda. Un matrimonio joven nos invitó a pasar a conocer su casa. Para ese entonces yo notaba que mis acompañantes atravesaban un proceso parecido al mío. Y volviendo para San Isidro noté cierto optimismo en el aire. Es que a veces sí hace falta ver para creer.
Esa tarde sentí como si el tiempo retrocediese veinte años, cuando le gritaba a mi vieja que me iba a andar en bici a la calle y lo único que me decía era “Andá con cuidado”. La única chance de que me pasara algo era si me caía de la bici o si me iba derecho hacia un poste de luz. Hoy por mi casa pasan diez autos por minuto y mis sobrinos optan por el jardín antes que la calle.
Sinceramente no sabemos todavía qué vamos a hacer y diría que ahora Rochi tiene más ganas que yo de vivir en Benavídez. Todavía nos quedan algunos factores que analizar. Después de conocer realmente Casas de Santa María, y de habernos “robado” un ratito de la vida de sus vecinos recuerdo otra de las sensaciones que me invadió esa tarde: que vivir en un barrio con gente amable que está en la misma que uno es posible.