Argentina, Chile, Brasil y ¡Alemania!, son países cuyos líderes políticos son mujeres. General Motors, Pepsico, Facebook, IBM, Kraft Foods, Dupont, Xerox, Hewlett-Packard y hasta el Banco Popular de China, por nombrar sólo las más conocidas e importantes, son empresas cuyo CEO es una mujer. ¿Es necesario luego de esta enumeración (que podría haber sido mucho más extensa) seguir insistiendo en la capacidad de la mujer para ocupar puestos de absoluto liderazgo?
Resulta evidente que lo que se pone en juego en el trabajo de las mujeres no es su capacidad, sino la compatibilidad entre el trabajo y la maternidad, entre el trabajo y la familia. Como hombre, no sé si hubiera podido ejercer el rol que mi mujer tuvo en la conformación de mi familia. De lo que estoy seguro, es que jamás habría podido hacer ambas cosas como veo que hacen las mujeres madres de familia que veo a diario en la empresa. Creo, en ese sentido, que es una suerte para mí haber nacido hombre.
No es menos cierto que los tiempos actuales son distintos a los que me tocaron, y que nuestra cultura familiar es diferente (bastante diferente) a la de, por ejemplo, Estados Unidos. Los hombres tienen hoy una participación mucho más activa de la que había en mi época en la tareas familiares y el trabajo de la mujer no es únicamente una decisión de desarrollo personal, sino también una necesidad de aportar a la economía de la familia, y en tal sentido todo el complejo laboral-familiar se conforma de a dos con más naturalidad.
En cualquier caso, el avance de la mujer en el mundo laboral resulta un hecho obvio y por lo tanto implica para los hombres abandonar nuestro machismo cultural, tanto en el trabajo como en la familia, y para las mujeres perseverar en su lucha por ocupar puestos de liderazgo y que sus maridos colaboren en este proceso. Por mi parte, si bien la resistencia al cambio es más notable a mi edad, vaya mi admiración a las mujeres que logran compatibilizar su trabajo y su familia y mi reconocimiento al enorme esfuerzo que dicho logro implica.