“El argentino no quiere trabajar”. La frase es poderosa y se apoya en creencias instaladas o experiencias personales a la hora de publicar una oferta de trabajo y evaluar la respuesta. Se magnifica cuando nos cruzamos con inmigrantes de países vecinos, que ocupan puestos de trabajo apenas llegados al país.

Cuando hablamos de fútbol, somos todos técnicos. Cuando hablamos de economía, somos todos economistas. Y cuando hablamos de educación, también somos expertos licenciados.

La educación primaria y secundaria que muchos de nosotros recibimos nos deja a las puertas de una carrera universitaria. El paso posterior sería terminar la carrera, lo que nos abriría la posibilidad a una maestría. Y así podríamos seguir.

¿Qué tiene que ver esto con el enunciado de arriba?

Tuve la suerte de nacer en una familia de clase media. Mis padres pudieron sostener durante doce años mi educación -y la de mis tres hermanos- en un establecimiento privado. Además del colegio pudimos cursar y terminar estudios universitarios y otros superiores. Todo ese proceso requirió entre dieciocho y veinte años de estar presentes en establecimientos educativos, rodeados de compañeros y amigos.

Durante esos años también tuvimos la posibilidad de practicar deportes, acceder a la cultura y el ocio, también rodeados de amigos y familia. Contar con cultura general nos permitió desenvolvernos cómodamente en diferentes grupos y situaciones. También aprendimos a manejarnos en situaciones críticas. Nos fuimos llenando de contactos, gracias al complemento del ocio y del deporte. Ésa fue nuestra extensa preparación para la vida.

Así, nuestro abanico de posibilidades y desarrollo se fue abriendo a medida que seguíamos avanzando en estudios y/o trabajos. Porque dentro de las posibilidades podíamos buscar el trabajo que queríamos, y ese era nuestro mundo.

Para las familias que padecen escasez material, todo ese recorrido es impensado. La proyección futura de los hijos está tapada por la necesidad de “llenar la olla de hoy” o “salvar las papas”. La educación secundaria en muchos casos es probablemente la única a la que se accede. El espacio para el ocio o el deporte cuenta con menos opciones y menos recursos. La preparación para la vida tiene más asperezas, golpes a edades tempranas, frustraciones, y la latencia de tener que trabajar para apuntalar el presupuesto familiar de supervivencia. En este marco, sostener la escuela como medio para acceder a la educación superior es, para muchas familias que viven en condiciones de pobreza, una posibilidad muy delgada.

 

¿Qué tiene que ver esto con el enunciado de arriba?

De acuerdo a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH)[1], a fines de 2017 la Población Económicamente Activa[2] (PEA) contaba con 28.000.000 argentinos. Sólo el 56% de la PEA cuenta al menos con estudios secundarios finalizados. Más de 12.000.000 de argentinos no cuentan con ese título.

¿Qué tiene que ver esto con el enunciado de arriba?

En los formularios de búsqueda laboral está la casilla “secundario completo”. Para quienes no cuentan con el título, la convocatoria a otra entrevista es impensada.

Ese desincentivo se convierte en desánimo cuando se llenan muchos formularios de empleo y se repite la dinámica.

Entonces, ¿no hay solución?

Sí. La solución está y radica en la recuperación del valor personal, la dignificación personal a través de la educación y la expansión de la frontera de posibilidades de aquellos que hoy están desanimados. Vivir en situación de carencia material no es neutro, ni es algo que requiera de apretar un botón para poder cambiarlo. Genera hábitos y efectos que no son fáciles de modificar. Fundamentalmente porque necesitan de la convicción personal y una mirada a largo plazo de quien vive en una situación de necesidad y urgencia.

¿Cómo se hace con adultos?

Muchas personas en edad adulta tienen la necesidad de incluirse en el mercado de trabajo para sentirse parte. Trabajar para que las personas recuperen su valor personal requiere de formación integral. Es posible, es replicable. Y para hacerlo, necesitamos cada vez más aliados y socios que nos permitan llegar a más argentinos.

 

¿Cuál es la experiencia personal?

Que las personas pueden reescribir su historia cuando tienen los servicios y ofertas educativas, deportivas y culturales que les permitan desarrollarse. Y es más sencillo cuando a eso se suman el afecto y el acompañamiento familiar.

Entonces, ¿los argentinos van a querer trabajar?

La educación no genera trabajo; no cambia la situación macroeconómica. Pero nos  prepara para la vida adulta. Nos llena de inquietud y, como mencioné antes, nos abre más posibilidades para innovar o creer en nosotros mismos, porque nos desafía a crecer interior y exteriormente.

 

 Sergio Moreno

Director Ejecutivo de Fundación Oficios

 

[1] Encuesta Permanente de Hogares (EPH): es una encuesta de frecuencia trimestral de la población urbana de la Argentina. Es continua desde el tercer trimestre de 2003, y desde entonces provee información sobre las condiciones socioeconómicas de la población urbana de la Argentina alcanzando aproximadamente el 60% de la población total Argentina.

[2]  Según el Banco Mundial, esta población está compuesta por todas las personas de 15 a 64 años.