Se acercaba la fecha de nuestro primer aniversario, y nos queríamos ir por el fin de semana. Pensamos en muchos destinos y diferentes propuestas: playa, una quinta o estancia cerca de Buenos Aires, un hotel en la Ciudad de Buenos Aires… Cualquiera fuera el destino, estábamos seguros de que teníamos un objetivo: descansar. Entre tantas idas y vueltas, análisis y consultas, me acordé del hotel Tango de Mayo. Se lo comenté a Chito y su respuesta fue “obvio, ¡de una!”.
Pusimos la cabeza en modo off, y súper entusiasmados partimos al hotel jugando a ser turistas por un fin de semana, ya que vivimos en la Provincia de Buenos Aires y no somos muy habitués de Capital. Llegamos a destino y la primera impresión fue increíble: la fachada europea en la esquina de la Avenida de Mayo es imponente, digna de admirar. Cruzamos la puerta del lobby y el aire porteño nos invadió por completo y, al costado, dos recepcionistas que con una sonrisa en la cara nos hicieron sentir como en casa, o mejor… Nos dijeron “bienvenidos” y con la tarjeta de la habitación en mano, fuimos rumbo a la nuestra.
Metro a metro el hotel nos sorprendía. Cada rincón tiene un detalle arrabalero. Fileteo porteño, cuadros de los referentes más importantes del tango, rosas y flores invaden la ambientación teñida de blanco y negro.
Dejamos los bolsos en nuestro cuarto y salimos a almorzar. Dado que estábamos en pleno centro porteño, aprovechamos a recorrer y visitar. Caminamos por la clásica Avenida Corrientes hasta que dimos con una de las típicas pizzerías porteñas –donde la pizza es al molde y las paredes están repletas de cuadros con los personajes que visitaron el local-. Comimos y seguimos caminando y admirando.
Buenos Aires no puede ser más linda. Generalmente, cuando los de Provincia vamos al centro porteño es por alguna actividad específica y nos movemos de acá para allá a las corridas, sin realmente prestar atención a lo que nuestra ciudad nos ofrece. Pero esta vez, al ser “turistas”, pudimos disfrutar el folklore que tiene la ciudad y que sorprende a cada persona que viene a Buenos Aires.
Finalmente volvimos a nuestra “casa por una noche” para dormir una siesta y volver a salir a brindar por nuestro primer año de casados. Pero ésta vez era para disfrutar de otro de los lugares mágicos y secretos que tiene el centro porteño: un bar en la terraza de un piso 13 con vista panorámica a toda la ciudad. Una vez más, Buenos Aires nos demostró que no tiene nada que envidiarle a las grandes ciudades del mundo.
A la mañana siguiente, cuando nos despertamos y bajamos a desayunar a El Zorzal (restaurante exclusivo del hotel), nos despedimos del Tango. Un hotel que, sin saberlo, nos brindó mucho más que una habitación de hotel.