Hace doce años Virginia Calvoa y su familia se animaron a apostar por un estilo de vida diferente. Pero apenas llegaron al nuevo barrio, el lote era un descampado verde y no estaban seguros en qué iba a terminar ese gran terreno vacío. Sin embargo no estaban solos, había muchas otras familias que pensaban como ellos y que, a pesar de la incertidumbre de la compra inicial, se motivaron y apoyaron mutuamente en esta nueva idea para mejorar su calidad de vida.

Por Sofía Stavrou

Vir Calvoa es decoradora de interiores y realiza producciones para la revista Living. Es una apasionada de su trabajo y confiesa que vivir en Santa Bárbara le abrió literalmente muchísimas puertas de casas vecinas dispuestas a mostrar sus diferentes estilos y colaborar con sus producciones. Además, gracias al barrio, tiene su propia clientela que continuamente le pide nuevos encargos: desde el diseño de un mueble, la decoración de un ambiente o simplemente la renovación y confección de fundas para sillones y almohadones. Sin embargo, hace varios años, la única casa que tenía en sus manos para empezar de cero y decorarla, era sólo la propia.

El barrio lo conoció junto a su marido por un matrimonio amigo que en ese momento también era pionero en los terrenos y les insistió en que se animaran a seguir sus mismo pasos. Si bien al principio a Vir le pareció que estarían un poco alejados, cuando vio el tamaño del lote e imaginó su casa familiar, confiesa que estaba feliz: por fin podrían tener su propia casa que, además, le transmitiría la misma paz y desconexión que el campo de sus abuelos.

Como familia crecieron a la par de Santa Bárbara: desde el colegio de los chicos que inauguraron la primera camada del Pilgrims de Pacheco hasta los comienzos del centro comercial, que fue una de las comodidades más prácticas. Más tarde apareció el club, el lugar de encuentro ideal para que sus hijos comenzaran a acercarse al deporte y hacer nuevos grupos de amigos: tenis, gimnasio, hockey, futbol ¡había para todos los gustos! Con el tiempo el club también se convirtió en el lugar preferido por los más grandes: hoy en día los grupos de padres se juntan a comer y hasta organizan torneos de truco una vez por semana.

Hoy consolidaron un grupo de nueve familias amigas que viajan juntos por Argentina. Tienen un nombre propio, “Ventana”, porque todo comenzó en un primer viaje a Sierra de la Ventana y a partir de ahí siguieron las aventuras entre Yacanto y Ascochinga.

Entre los recuerdos más lindos que vivieron en su casa hasta el día de hoy, Vir no puede decidirse por uno: el bautismo de Mía, su hija menor, las comuniones, el cumple de 15 de Delfina, la fiesta de 40 de su marido Diego, los 70 años de su papá, las bodas de oro de sus padres y los clásicos asados del domingo en donde coincide toda la familia. La celebración es algo constante en su vida y agradece que siempre haya motivos para eso y que su casa sea el punto de encuentro que de lugar a tanta felicidad.