Texto: Sofía Stavrou

Rosario es ama de casa y confiesa que le encanta poder serlo: disfruta dedicarse full time a su familia y a su hogar: está casada con Fer hace 21 años y tienen cinco hijos ¡desde 21 hasta 4 años!

Cuando escucharon hablar por primera vez de Santa María de Tigre, todavía estaban de novios pero ya soñaban con una familia juntos. La idea del barrio en ese momento era sólo eso, una idea-proyecto, y les pareció que en Eidico estaban locos. A pesar de que ambos eran de Tigre, un barrio en esa ubicación les parecía el fin del mundo ¡todo moría en la parroquia y no había nada más!

Recuerda que en ese entonces, en 1996, señaron dos veces casa y lote en Pilar, pero en ambas oportunidades las reservas se cayeron. Pasaron algunos años y  después de casarse se acordaron de ese proyecto de barrio en “el fin del mundo”. En la zona no había más que una estación de servicio que cerraba a las 10, un almacén de ruta y guardias que vigilaban el barrio ¡a caballo! Pero a pesar de todo, lo sentían como el lugar indicado.

Además, después de su mudanza, los siguieron los padres de Fer y con el tiempo se fueron mudando también hermanos y primos ¡Terminaron rodeados de familia!

Hoy en día lo que más disfruta Rosario es el jardín de su propia casa: a la mañana temprano o al final de la tarde, esos momentos de mates o las picadas previas al asado en los que la familia comienza a encontrarse y, sin darse cuenta, casi de repente, están los siete juntos, reunidos.

Y cuando no está la familia, el barrio se hace notar: están los vecinos que se convirtieron en amigos y los que no llegaron a serlo pero que siempre tienen buena onda. La armonía en el barrio es una constante y la predisposición para dar una mano al que le haga falta siempre existe.

Para Rosario, vivir en Santa María de Tigre es sinónimo de mucha paz; cuando se levanta temprano el único ruido que escucha, además de los pájaros, es el del motor de la lancha colectiva de fondo. Dice que no hay nada más placentero que caminar el barrio desde temprano y ver cómo arranca el día con toda su fuerza o despedir el sol desde el camino, cuando el cielo se pone naranja. Agrega, además, que el barrio les abrió las puertas al Delta, un mundo nuevo que no esperaban fuese tan fascinante.