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Marcelo ElbaumCuando se le consulta a la gente por la importancia de los bienes materiales, en su mayoría responde que “no son importantes”. Sin embargo, los shoppings, las ventas de automóviles, de electrodomésticos y el consumo en general son la estrella del crecimiento de la Argentina en los últimos años.

Cuando la economía crece y la inflación nos convence de que lo mejor que se puede hacer con el dinero es desprenderse de él, pensar en ahorrar y resistir la tentación de comprar, es difícil.

Pero,  ¿cómo diferenciar si sólo nos tentamos con algunos gastos o caímos en la patología conocida como “comprador compulsivo”? Entonces, hay que preguntarse si estamos haciendo “uso racional del dinero” para que no nos tome desprevenidos un posible cambio en el ciclo económico.

Sería más fácil controlarnos si no viviéramos en una sociedad de consumo que nos bombardea día y noche con productos cada vez más sofisticados y caros exhibidos en spots publicitarios que nos aseguran que: “Sí, la felicidad existe y una vida mejor es posible… solamente hace falta una tarjeta de crédito para pagarla”.

Ese impulso de comprar más tiene una consecuencia directa en el largo plazo: tener menos ahorros en el futuro. Pero también tiene un impacto inmediato: gastar más de lo que tenemos, vivir endeudados y siempre estar al borde de la quiebra.

Aunque el consumo excesivo no es una enfermedad de la modernidad, recién hace una década se le comenzó a prestar cierta atención en el ámbito de la psicología.

Hoy, constatamos a diario esta patología: algunas personas no pueden parar de comprar por Internet, otras incluso no le prestan atención a su familia ni a sus hijos y van constantemente de shopping porque precisan satisfacer sus necesidades de consumo cotidianamente. Incluso, muchos matrimonios colapsan a causa de los gastos excesivos de uno o de ambos cónyuges.

Sin embargo, las compras compulsivas son una adicción socialmente aceptada. Incluso es uno de los pocos desórdenes de comportamiento del cual todavía no es incorrecto reírse. En palabras del sociólogo Ronald Faber: “Se trata el problema de la misma manera en que se encaraba el alcoholismo en la década del ’50, como una debilidad sin mayor importancia y de la que uno puede reírse”.

Existe una diferencia entre el “comprador impulsivo” y el “comprador compulsivo”. Mientras el primero es aquel que puede planificar y tener claro lo que necesita, pero su comportamiento puede cambiar radicalmente cuando sale de compras, el segundo no planifica sino que compra lo que no necesita con el dinero que no tiene, actúa irracionalmente. El comprador impulsivo responde al deseo de poseer un producto, el compulsivo compra con el deseo de aliviar su tensión y ansiedad.

Veamos dos ejemplos:

* El comprador impulsivo va al supermercado a comprar dos o tres productos, pero termina llevando diez, porque las ofertas y la disponibilidad y variedad de artículos le hacen sentir en ese momento que los necesita.

* El comprador compulsivo siente un impulso interno e irresistible a comprar de manera frecuente y desordenada (sin evaluar si lo que se adquiere es necesario ni si se condice con el presupuesto personal) para obtener una gratificación o placer.

Tener la billetera vacía y las tarjetas de crédito sobregiradas, además del incontrolable deseo de seguir comprando, entonces, se relaciona con problemas afectivos que impiden medir el impacto financiero y emocional de dicha conducta. Se trata, en realidad, de un trastorno patológico grave de la personalidad que requiere atención psicológica.

Al ser silenciosa, la compra compulsiva ayuda a anular al menos momentáneamente la angustia, pues brinda la satisfacción inmediata, sencilla y tangible, que es la característica del consumo en oposición al ahorro que se anida en el pensamiento. El consumo le gana al ahorro, como los impulsos se imponen a la razón.

Al igual que cualquier otra adicción, la compra compulsiva, aunque no deja huellas físicas, deteriora la salud mental y financiera de las personas que la sufren y también la de su entorno.

¿Pagás el monto mínimo de tu tarjeta de crédito? ¿Tenés más de tres plásticos de tres bancos distintos? ¿Tomaste un crédito personal para hacer un gasto superfluo? ¿Gastás en compras no planificadas más del 20% de tus ingresos? Si tus respuestas son mayoritariamente positivas, es tiempo de sentarse a repensar las cosas.

Marcelo Elbaum

Autor de www.vil-metal.com